este es el capitulo 1 espero lo lean y sigan la lectura
CAPITULO 1
Introducción General
Al examinar cualquier enseñanza, es norma sabia proceder de lo general a lo particular.
Sólo así se puede evitar el peligro de que 'los árboles no dejen ver el bosque'. Esta
norma tiene importancia particular en el caso del Sermón del Monte. Debemos tener en
cuenta, por tanto, que hay que empezar por plantearse ciertos problemas generales
respecto a este famoso Sermón y al lugar que ocupa en la vida, pensamiento y
perspectivas del pueblo cristiano.
El problema obvio para empezar es este: ¿Por qué debemos estudiar el Sermón del
Monte? ¿Por qué debo llamarles la atención acerca de su enseñanza? Bueno, la verdad
es que no sé que forme parte del deber del predicador explicar los procesos mentales y
afectivos propios, aunque desde luego que nadie debería predicar si no siente que Dios
le ha dado un mensaje. Todo el que intenta predicar y explicar las Escrituras debe
aguardar que Dios lo guíe y conduzca. Supongo, pues, que la razón básica de que
predique acerca del Sermón del Monte es que he sentido esta persuasión, esta
compulsión, esta dirección del Espíritu. Digo esto con toda intención, porque de haber
dependido de mí no hubiera escogido predicar una serie de sermones acerca del
Sermón del Monte. Según entiendo este sentido de compulsión, creo que la razón
específica de que lo vaya a hacer es la condición en que se encuentra la Iglesia
cristiana en estos tiempos.
No me parece que sea juzgar con dureza decir que la característica más obvia de la vida
de la Iglesia cristiana de hoy es, por desgracia, su superficialidad. Esta apreciación se
basa no sólo en observaciones actuales, sino todavía más en tales observaciones
hechas a la luz de épocas anteriores de la vida de la Iglesia. Nada hay más saludable
para la vida cristiana que leer la historia de la Iglesia, que volver a leer lo referente a los
grandes movimientos del Espíritu de Dios, y observar lo que ha sucedido en la Iglesia
en distintos momentos de su historia. Ahora bien, creo que cualquiera que contemple el
estado actual de la Iglesia cristiana a la luz de ese marco histórico llegará a la
conclusión indeseada de que la característica destacada de la vida de la Iglesia de hoy
es, como he dicho ya, la superficialidad. Cuando digo esto, pienso no sólo en la vida y
actividad de la Iglesia en un sentido evangelizador. A este respecto me parece que
todos estarían de acuerdo en que la superficialidad es la característica más obvia.
Pienso no sólo en las actividades evangeliza-doras modernas en comparación y
contraste con los grandes esfuerzos evangelizadores de la Iglesia en el pasado - la
tendencia actual a la vocinglera, por ejemplo, y el empleo de recursos que hubieran
horrorizado y chocado a nuestros padres. Pienso también en la vida de la Iglesia en
general; de ella se puede decir lo mismo, incluso en materias como su concepto de la
santidad y su enfoque todo de la doctrina de la santificación.
Lo importante es que descubramos las causas de esto. En cuanto a mí, sugeriría que
una causa básica es la actitud que tenemos respecto a la Biblia, nuestra falla en
tomarla en serio, en tomarla como es y en dejar que nos hable. Junto a esto, quizás,
está nuestra tendencia invariable a ir de un extremo a otro. Pero lo principal, me parece,
es la actitud que tenemos respecto a las Escrituras. Permítanme explicar con algo más
de detalle qué quiero decir con esto.
Nada hay más importante en la vida cristiana que la forma en que tratamos la Biblia, y la
forma en que la leemos. Es nuestro texto, nuestra única fuente, nuestra autoridad
única. Nada sabemos de Dios y de la vida cristiana en un sentido verdadero sin la
Biblia. Podemos sacar conclusiones de la naturaleza (y posiblemente de varias
experiencias místicas) por medio de las que podemos llegar a creer en un Creador
supremo. Pero creo que la mayoría de los cristianos están de acuerdo, y ésta ha sido la
persuasión tradicional a lo largo de la historia de la Iglesia, que no hay autoridad aparte
de este Libro. No podemos depender sólo de experiencias subjetivas porque hay
espíritus malos además de los buenos; hay experiencias falsas. Ahí, en la Biblia, está
nuestra única autoridad.
Muy bien; sin duda es importante que tratemos a la Biblia de una forma adecuada.
Debemos comenzar por estar de acuerdo en que no basta leer la Biblia. Se puede leerla
de una forma tan mecánica que no saquemos ningún provecho de ello. Por esto creo
que debemos tener cuidado de todas las reglas y normas en materia de disciplina en la
vida espiritual. Es bueno leer la Biblia a diario, pero puede ser infructuoso si lo
hacemos sólo para poder decir que leemos la Biblia todos los días. Soy un gran
defensor de los esquemas para la lectura de la Biblia, pero debemos andar con cuidado
de que con el empleo de tales esquemas no nos contentamos con leer la parte
asignada para el día sin luego reflexionar ni meditar acerca de lo leído. De nada serviría
esto. Debemos tratar la Biblia como algo que es de importancia vital.
La Biblia misma nos lo dice. Sin duda recuerdan la famosa observación del apóstol
Pedro respecto a los escritos del apóstol Pablo. Dice que hay cosas en ellos que son
'difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen... para su propia
perdición'. Lo que quiere decir es lo siguiente. Leen estas Cartas de Pablo, desde
luego; pero las deforman, las desvirtúan para su propia destrucción. Se puede muy
bien leer estas Cartas y no ser mejor al final que lo que se era al comienzo debido a lo
que uno le ha hecho decir a Pablo, desvirtuándolo para destrucción propia. Esto es
algo que siempre debemos tener presente respecto a la Biblia en general. Puedo estar
sentado con la Biblia abierta frente a mí; puedo estar leyendo sus palabras y
recorriendo sus capítulos; y con todo puedo estar sacando una conclusión que no tiene
nada que ver con las páginas que he leído.
No cabe duda de que la causa más común de todo esto es la tendencia frecuente de
leer la Biblia con una teoría ya en mente. Nos acercamos a la Biblia con dicha teoría, y
todo lo que leemos queda coloreado por ella. Todos nosotros sabemos que así sucede.
En un sentido es cierto lo que se dice que con la Biblia se puede probar todo lo que se
quiere. Así nacieron las herejías. Los herejes no eran hombres poco honrados; eran
hombres equivocados. No debería pensarse que eran hombres que se propusieron
expresamente equivocarse y enseñar algo erróneo; se cuentan más bien entre los
hombres más sinceros que la Iglesia ha tenido. ¿Qué les ocurrió entonces? El
problema fue este: llegaron a tener una teoría y se sintieron complacidos con ella;
luego fueron con esta teoría a la Biblia, y les pareció encontrarla en la misma. Si lee
medio versículo e insiste demasiado en otro medio versículo de otro pasaje, pronto
habrá demostrado su teoría.
Ahora bien, debemos tener cuidado con esto. Nada hay más peligroso que ir a la Biblia
con una teoría, con ideas preconcebidas, con alguna idea favorita propia, porque en
cuanto se hace, se pasa por la tentación de insistir demasiado en un aspecto y dejar de
lado otro.
Este peligro tiende a manifestarse sobre todo en el problema de la relación entre ley y
gracia. Siempre ha sucedido así en la historia de la Iglesia desde su comienzo y sigue
sucediendo hoy día. Algunos insisten tanto en la ley que reducen el evangelio de
Jesucristo con su libertad gloriosa a poco más que una colección de máximas morales.
Para -ellos todo es ley y no queda nada de gracia. Hablan de tal modo de la vida
cristiana como de algo que debemos hacer para llegar a ser cristianos, que se convierte
en puro legalismo y la gracia desaparece de ella. Pero recordemos también que es
igualmente posible insistir tanto en la gracia a costa de la ley que también se llegue a
perder el evangelio del Nuevo Testamento.
Permítanme darles un ejemplo de esto. El apóstol Pablo, nada menos que él, se vio
constantemente ante semejante dificultad. Nunca hubo un hombre cuya predicación,
con su poderosa insistencia en la gracia, fuera más a menudo mal entendida. Seguro
recuerdan la conclusión que algunos habían sacado en Roma y en otros lugares.
Decían, "Bueno, pues, si esto es lo que enseña Pablo, hagamos el mal para que la
gracia pueda abundar, porque, sin duda alguna, esta enseñanza conduce a esa
conclusión y no a otra. Pablo había dicho simplemente, "Cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia." Bien pues, sigamos pecando a fin de que la gracia pueda
sobreabundar.' 'Dios no lo quiera', dice Pablo; y lo tiene que repetir constantemente.
Decir que porque estamos bajo la gracia ya no tenemos nada que ver con la ley, no es
lo que enseñan las Escrituras. Desde luego que ya no estamos bajo la ley sino bajo la
gracia. Pero esto no significa que no necesitemos observar la ley. No estamos bajo la
ley en el sentido de que nos condene; ya no nos juzga ni condena. [¡No! pero debemos
observarla, e incluso ir más allá. El argumento del apóstol Pablo es que debería vivir, no
como el que está bajo la ley, sino como hombre libre en Cristo. Cristo observó la ley,
vivió la ley; como este mismo Sermón del Monte subraya, nuestra justicia debe exceder
la de los escribas y fariseos. En realidad, no ha venido a abolir la ley; cada uno de sus
detalles debe cumplirse. Y esto es algo que vemos muchas veces olvidado en este
intento de situar a la ley y la gracia como antítesis, y la consecuencia es que hay
hombres y mujeres que prescinden de la ley en forma total.
Pero, déjenme decir lo siguiente. ¿No es cierto que en el caso de muchos de nosotros,
en la práctica nuestra idea de la doctrina de la gracia es tal que muy pocas veces
tomamos la sencilla enseñanza del Señor Jesucristo con seriedad? Hemos insistido
tanto en la enseñanza de que todo es gracia y de que no deberíamos tratar de imitar su
ejemplo para ser cristianos, que quedamos virtualmente en la posición de prescindir
por completo de su enseñanza y de decir que no tenemos nada que ver con ella porque
estamos bajo gracia. Pero me pregunto con cuánta seriedad tomamos el evangelio de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo. La mejor forma de enfrentarse con este problema
me parece que es examinar el Sermón del Monte. ¿Qué idea tenemos, me pregunto, de
este Sermón? Suponiendo que en este momento sugiriera que escribiéramos todas las
respuestas a las siguientes preguntas: ¿Qué significa para nosotros el Sermón del
Monte? ¿En qué sentido entra a formar parte de nuestras vidas y qué lugar ocupa en
nuestro pensar y en nuestra perspectiva de la vida? ¿Qué relación tenemos con este
Sermón extraordinario que ocupa un lugar tan prominente en estos tres capítulos del
Evangelio según San Mateo? Creo que encontrarían el resultado muy interesante y
quizá muy sorprendente. Sí, claro, estamos muy enterados de la doctrina de la gracia y
del perdón, y tenemos los ojos puestos en Cristo. Pero aquí en estos documentos, que
decimos tienen autoridad, está este Sermón. ¿En qué punto entran a formar parte de
nuestra perspectiva?
Esto quiero decir cuando hablo de trasfondo e introducción. Sin embargo, demos un
paso más; planteémonos otra pregunta vital. ¿A quién está destinado el Sermón del
Monte? ¿A quién se aplica? ¿Cuál es en realidad el propósito de este Sermón; qué
importancia tiene? En cuanto a esto, ha habido opiniones opuestas. Hubo una vez el
llamado punto de vista 'social' del Sermón del Monte. Decía que el Sermón del Monte es
en realidad lo único importante en el Nuevo Testamento, que en él está el fundamento
del llamado evangelio social. Los principios, se decía, que contiene hablan de cómo
deben vivir los hombres, y lo único que hay que hacer es aplicar el Sermón del Monte.
Con ello se puede establecer el reino de Dios en la tierra, la guerra se acabará y todos
los problemas concluirán. Este es el punto de vista típico del evangelio social, pero no
tenemos por qué gastar tiempo en él. Ha pasado de moda ya; sólo perdura entre ciertas
personas que se podrían considerar como reliquias de la mentalidad de hace treinta
años. Las dos guerras mundiales han acabado con este punto de vista. Aunque en
muchos sentidos critiquemos la teología de Barth, debemos rendirle este tributo: ha
puesto de una vez por todas en completo ridículo al evangelio social. Pero desde luego
que la verdadera respuesta a este punto de vista acerca del Sermón del Monte es que
siempre ha prescindido de las Bienaventuranzas, de esas afirmaciones con que
comienza el Sermón, —'Bienaventurados los pobres en espíritu'; 'bienaventurados los
que lloran.' Como esperamos demostrarles, estas afirmaciones significan que nadie
puede vivir el Sermón del Monte por sí mismo, sin ayuda. Los defensores del evangelio
social, después de haber prescindido de las Bienaventuranzas según conveniencia, han
insistido en la consideración de los mandatos y han dicho, 'Este es el evangelio.'
Otro punto de vista, que quizá resulte más grave para nosotros, es el que considera el
Sermón del Monte como una simple elaboración o exposición de la ley mosaica.
Nuestro Señor, dicen, se dio cuenta de que los fariseos, los escribas y otros maestros
del pueblo interpretaban mal la Ley que Dios había dado a su pueblo por medio de
Moisés; lo que hace, pues, en el Sermón del Monte es elaborar y explicar la ley
mosaica, dándole un contenido espiritual más elevado. Este punto de vista es más
grave, desde luego; y con todo me parece que es completamente inadecuado aunque
no sea por otra cosa sino porque también prescinde de las Bienaventuranzas. Las
Bienaventuranzas nos colocan de inmediato en un terreno que va completamente más
allá de la ley de Moisés. El Sermón del Monte sí explica y expone la ley en algunos
puntos - pero va más allá de esto.
El otro punto de vista que quiero mencionar es el que podríamos llamar punto de vista
'dispensacional' del Sermón del Monte. Es probable que muchos de ustedes lo
conozcan. Ciertas 'Biblias' lo han popularizado. (Nunca me han gustado tales adjetivos;
sólo hay una Biblia, pero por desgracia tendemos a hablar de la 'Biblia tal' o la 'Biblia
cual'.) Se han popularizado, pues, ciertas enseñanzas por Este medio, las cuales
enseñan un punto de vista dispensacional del Sermón del Monte; en esencia afirman
que no tiene nada que ver con los cristianos de hoy. Dicen que nuestro Señor comenzó
a predicar acerca del Reino de Dios, y que el Sermón del Monte estuvo relacionado con
la inauguración de este reino. Por desgracia, siguen diciendo, los judíos no creyeron su
enseñanza. Por ello nuestro Señor no pudo establecer el reino, y por tanto, casi a modo
de idea tardía, vino la muerte en la cruz, y a modo de otra idea tardía, vino la institución
de la Iglesia y la era de la Iglesia, lo cual perdurará hasta cierto punto de la historia.
Entonces nuestro Señor regresará con el reino y volverá a entrar en vigor el Sermón del
Monte. Esto es lo que enseñan; dicen, de hecho, que el Sermón del Monte no tiene nada
que ver con nosotros. Es 'para la era del reino.' Estuvo desde un principio destinado
para aquellos a quienes nuestro Señor predicaba; entrará en vigor de nuevo en el
milenio. Es la ley de esa era y del reino de los cielos; y no tiene absolutamente nada
que ver con los cristianos de ahora.
No cabe duda de que estamos frente a un problema serio. Este punto de vista o es
acertado o es erróneo. Según él no necesito leer el Sermón del Monte; no me deben
preocupar los preceptos que contiene; no tengo por qué sentirme condenado si no
hago ciertas cosas; no tiene nada que ver conmigo. Me parece que se puede responder
a todo esto del siguiente modo. El Sermón del Monte fue predicado en forma primaria y
específica a los discípulos. 'Sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su
boca les enseñaba, diciendo. . .' Ahora bien, se parte de la base de que se les predicó a
ellos. Tomemos, por ejemplo, las palabras que les dirigió, 'Vosotros sois la sal de la
tierra'; 'Vosotros sois la luz del mundo.' Si el Sermón del Monte no tiene nada que ver
con los cristianos de hoy, jamás debemos decir que somos la sal de la tierra ni que
somos la luz del mundo> porque eso no se aplica a nosotros. Se aplicó sólo a los
primeros discípulos; se volverá a aplicar a otros más adelante. Pero, entretanto, no
tiene nada que ver con nosotros. También debemos prescindir de las promesas del
Sermón. No debemos decir que debemos hacer que nuestra luz brille ante los hombres
a fin de que vean nuestras buenas obras y glorifiquen a nuestro Padre que está en el
cielo. Si todo el Sermón del Monte no se puede aplicar a los cristianos de hoy, todo él
carece de importancia. Pero es evidente que nuestro Señor predicó a estos hombres y
les dijo lo que debían hacer en este mundo, no sólo mientras El estuviera aquí, sino
también después de que se hubiera ido. Se predicó a personas que debían practicarlo
en ese tiempo y por siempre después.
No sólo esto. Para mí otra consideración muy importante es que en el Sermón del
Monte no se encuentra ninguna enseñanza que no se halle también en las distintas
Cartas del Nuevo Testamento. Hagan una lista de las enseñanzas del Sermón del
Monote; luego lean las Cartas. Encontrarán que la enseñanza del Sermón del Monte
también se encuentra en ellas. Ahora bien, las Cartas son para los cristianos de hoy;
por ello si la enseñanza que contienen es la misma que tenemos en el Sermón del
Monte, es evidente que la enseñanza del Sermón es también para los cristianos de hoy.
Este argumento es de peso e importante. Pero quizá se podría expresar mejor de la
siguiente forma. El Sermón del Monte no es sino un desarrollo acabado, grandioso, y
perfecto de lo que nuestro Señor llamó su 'nuevo mandamiento'. Este nuevo
mandamiento fue que nos amáramos unos a otros como él nos ama. El Sermón del
Monte no es otra cosa sino un desarrollo de esto. Si somos de Cristo, y nuestro Señor
nos ha mandado esto, que nos amemos unos a otros, aquí se nos muestra cómo
hacerlo.
El punto de vista dispensacional se basa en una idea errónea del reino de Dios. De ahí
nace la confusión. Estoy de acuerdo, desde luego, en que el reino de Dios en un
sentido todavía no ha sido establecido en la tierra. Es un reino que ha de venir; sí. Pero
es también un reino que ha venido. 'El reino de Dios está en medio de vosotros', y
'dentro de vosotros'; el reino de Dios está en todo cristiano verdadero, y en la Iglesia.
Significa 'el reino de Dios', el 'reino de Cristo'; y Cristo reina hoy en todo cristiano
verdadero. Reina en la Iglesia cuando esta lo reconoce de verdad. El reino ha venido, el
reino viene, el reino ha de venir. Siempre debemos tener esto presente, sin embargo.
Dondequiera que Cristo es aceptado como Rey, el reino de Dios ha venido, de modo
que, si bien no podemos decir que reina sobre todo el mundo en los momentos
actuales, sí reina ciertamente de esa forma en los corazones y vidas de todo su pueblo.
No hay, por tanto, nada tan peligroso como decir que el Sermón del Monte no tiene
nada que ver con los cristianos de ahora. Más bien quiero expresarlo de este modo: es
para todo el pueblo cristiano. Es una descripción perfecta de la vida del reino de Dios.
Ahora bien, no me cabe la menor duda de que por esta razón Mateo lo puso al
comienzo de su evangelio. Se considera que Mateo escribió el evangelio especialmente
para los judíos. Esto fue lo que quiso hacer. De ahí que insista tanto en el reino de los
cielos. ¿Y qué quiso subrayar Mateo? Sin duda que esto. Los judíos tenían una idea
falsa y materialista del reino. Creían que el Mesías era alguien que iba a llegar para
emanciparlos políticamente. Esperaban a alguien que los liberara del yugo romano.
Siempre pensaron en el reino en un sentido externo, mecánico, militar, materialista. Por
esto Mateo coloca la enseñanza verdadera respecto al reino en las primeras páginas del
Evangelio, por qué el gran propósito de este Sermón es presentar una exposición del
reino como algo que es esencialmente espiritual. El reino es sobre todo algo 'dentro de
vosotros'. Es lo que dirige y gobierna el corazón, la mente y la perspectiva. No sólo no
es algo que conduce a un gran poderío militar, sino que es 'pobre en espíritu'. En otras
palabras, no se nos dice en el Sermón del Monte, 'Vivan así y serán cristianos'; más
bien se nos dice, 'Como son cristianos vivan así.' Así deberían vivir los cristianos; así
han de vivir los cristianos.
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